12 de mayo de 2008

SIDECAR: Libros sobre ruedas

Más de una vez camina uno por entre los expositores de una librería sin saber adónde mirar, más por vergüenza de lo que allí se encuentra, que por cualquier otra razón. Más de una vez las librerías que uno frecuentaba en su adolescencia lo han abochornado por la precaria diversidad de libros, la ínfima relación de autores y el escaso fondo de sus anaqueles. Las últimas novedades se aglutinan en tropel y salen al paso del visitante siempre que respondan a ese top-ten que figura en las columnas de los periódicos dominicales igual que mandamientos de una iglesia caduca, obstinadamente terca en sus propuestas vacías y, por supuesto, condicionada al viento siempre cambiante que sopla desde las torres acristaladas de los grupos mediáticos. Los mandamientos, otra cosa no sé, pero prohibir, prohíben.

Este año no esperaba encontrar en la Feria del libro de Viveros otra cosa que no fuera toneladas de ejemplares del último Zafón, el dos por uno (como un par de latas de conserva) de Reverte, o una infumable obscenidad de libros de autoayuda. Ay.

Sin embargo, además de las casetas atiborradas de niños he podido descubrir una librería inusual, regentada por una aún más inusual librera, de mirada profunda y que atiende al tímido visitante con la experiencia a cuestas de quien bien conoce la literatura de Beauvoir, de Peri-Rossi, de Sylvia Plath, de Doris Lessing... Me detuve en el mostrador atraído por los libros de “Ediciones del oriente y del mediterráneo” –único lugar donde he podido encontrarlos en Valencia-. Más allá de mi interés por las “otras” literaturas, está el de la poesía, y en estos libros se concretaba una doble pasión: me llevé el “Libro de las huidas y mudanzas por los climas del día y la noche” de Adonis, y también “Compañero del viento” de Abbas Kiorastami. Y son grandes. Y bellos. Y merecen leerse mientras el sol se pone. O la luna emerge. O la sabia naturaleza nos brinda sus frutos en el ocaso de una tarde frente al mar. También en casa, sí, sintiendo con la lectura que el tiempo va deslizándose mansamente, cálidamente, con una tibieza propensa a hacernos vibrar el alma igual que si fuera el instrumento tañido al suave movimiento de esos dedos, de esos poemas. Esta poesía de la nada, del silencio, es capaz de abarcar en sus pocas líneas la vastedad de un horizonte inacabable, la inmensidad de un cosmos sin estrellas, el viaje infinito de una gota de rocío desde un extremo a otro de la hoja de un olivo. La hondura de una huella en la nieve tiene su igual, a través de estos poemas, en las profundas resonancias del alma. No hacen falta brújulas para este camino que se anda sin necesidad de mapas. Vale la pena recordarlo: Adonis y Kiorastami, dos poetas del mediterráneo.

Días después regresé a por más.

Me llevé los Cuentos reunidos de Peri-Rossi, y también su poesía, ambas editadas por Lumen. Y, ya en casa, tras leer un buen puñado de estos relatos y enfrascarme en la erótica palpitación de sus poemas, me dije que acababa de estar en el Paraíso. Justo allí. Algo dentro de mí me susurró: Y el séptimo día Dios vio que lo que había hecho era bueno. Yo pensé en Cristina Peri-Rossi, en Adonis, en Kiorastami y en la librera que me había vendido todos estos buenos libros. GRACIAS.

Corrí de nuevo a la Feria. Le pedí la tarjeta, le pregunté el nombre, le rogué que me diera la dirección de la librería... Pero no se confundan, que esta librera no es como las demás, ni esta librería tiene un húmedo callejón en donde esconderse. Ella me respondió: “La librería soy yo y una Honda Transalp de 650cc, te busco el libro que quieras y te lo llevo a casa. Así de fácil.”

Así de fácil.

En su tarjeta venía la dirección del blog y vale la pena perderse entre sus líneas. En sus palabras se huele el incienso del amor a la literatura, el fuerte aroma de las ganas por que las cosas sean de otra manera, de la manera que quieran ser, o de la manera que uno quiera que sean, pero no esa imposición que viene desde fuera, a gritos, en columnas de diario o por la megafonía de los grandes almacenes.

Yo me quedaría con este nombre: SIDECAR. Libros, sobre ruedas.
También con el blog: http://sidecarlibros.blogspot.com

Y de paso, les pediría un libro. O dos.
O uno cada mes.
O dos.

Hacen falta librerías así, sobre ruedas o sobre patines, con libreras como ellas, que aman la literatura, aconsejan con intuición a los clientes y nunca tendrán en las vitrinas de su blog ningún listado, ningún top-ten, ningún imperativo que nos impida pensar por nosotros mismos si un libro es bueno, o, por el contrario... ya saben.

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