María Iribarne
Siempre hay quien termina mal después de pasar varios meses leyendo Anna Karenina, y los hay que entregan un volumen destartalado a la bibliotecaria como sellando su última voluntad semanas antes de cometer un crimen. Días después el mismo joven abandona sobre el mostrador Madame Bovary luciendo en las pupilas el desgarrón venenoso de un frasco de cianuro. Al gesto encendido tras devolver Lolita le siguen las palabras de El amante, admirando por última vez la hermosura de un rostro devastado.
Esta noche lluviosa un chirrido en la ventana y el recuerdo del nombre de su carnet de préstamo han avivado mi curiosidad. Maldita mi suerte. Al abrir la puerta del dormitorio me he encontrado con él, su pelo empapado, un ejemplar de El túnel en el bolsillo de su chaqueta y el brillo del acero en su mano derecha.
Sólo he podido susurrar: ¿Qué vas a hacer, Juan Pablo?
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