19 de noviembre de 2007

Teoría de la divinidad literaria


En cualquier formalización consistente de las matemáticas que sea lo bastante fuerte para definir el concepto de números naturales, se puede construir una afirmación que ni se puede demostrar ni se puede refutar dentro de ese sistema
Teorema de la incompletitud
Kurt Gödel


AXIOMA
Tratándose de literatura no se pueden verter más que opiniones –y por ello subjetivas-, extraídas principalmente del bagaje de lecturas que cada uno aporta, sin olvidar que vivimos en un mundo mediatizado, de constante trasiego de opiniones acerca de lo que deben o no deben ser las cosas. El pensamiento correcto está polarizado por una verdad única –y por lo tanto falsa-, y por eso mismo el artículo de Vicente Verdú (Babelia 17-nov-2007), que al principio nos gana con su rotunda crítica de la novela actual, no muestra más que otro armazón para ese bicho salvaje que debería ser la literatura.

TEOREMA
Como bicho, como indomable artefacto de expresión humana, la literatura debería estar siempre viva, siempre palpitando como rabo de lagartija, y no simplemente parecer viva.
Si la literatura es cambiante, y nueva, y libre, todas las imitaciones son no-literatura.

POSTULADO 1
Que la novela se alimenta de herencias rentables (la novela decimonónica, el argumento en vilo, la velocidad de acción, la falsa ficción, etc.) es un hecho.
[Digresión: sobre todas las demás cosas, la que más me exaspera es precisamente la tentativa argumental y la falta de disciplina estética.]
De nada nos sirve hoy emular a los antiguos (Dickens, sí, y Balzac, y ahora mojándome, los Pérez Reverte, J.M. de Prada, L. Silva, Noah Gordon, I. Allende, y todos esos eternos repetidores de fórmulas anquilosadas, que pretenden con sus obras renovar, cuando no hacen sino plagiar); no, hay que destruirlos. Partir de ellos para renovarse.

POSTULADO 2
Si la literatura debe ser algo más, y en esto el artículo atina con santa justicia, ¿cómo hacerlo?
Determinar las tablas que rigen las leyes de la nueva novela no está en la mano de Vicente Verdú, sino en la del escritor que se parte el alma desde la honestidad, y no desde el plagio. Todos sabemos que para empezar a escribir hay que plagiar, ejercitarse como hacían –hacen- los pintores noveles con ciertas aspiraciones, pero justo cuando uno se siente con fuerzas de volar solo, está obligado a saltar sin red, pero también sin miedo.

POSTULADO 3
Me hago una pregunta y solito me la respondo: este artículo publicado en Babelia, ¿era necesario? Sinceramente creo que sí.
Es un artículo vital, aunque solo sea para meter el dedo en la llaga sangrante que la novela arrastra desde principios y mediados del s. XX.
¿Muerte de la novela? Nunca he creído en eso, pero sí en su reinvención, en su acomodo a los nuevos tiempos (internet, blogs, exceso de información, economías de escala, burocracias transnacionales, imperialismos encubiertos –léase, otra vez, multinacionales-, globalización).
Lo que en Blasco Ibáñez era la huerta y el paisano que trata de abrirse camino en la ciudad, hoy es un hombre cegado por la felicidad consumista –lo somos todos-, un tipo feliz que tira del carro porque le han cambiado la hortaliza por el televisor de plasma, la hipoteca a treinta años o el coche nuevo cada cinco. Pero además de eso –tal vez precisamente por eso-, han cambiado otras cosas: el intelectual, el progre, el tipo que no se conforma con nada (y quizá por ello pierde su pedazo de felicidad) ya no es un inocente, o al menos debería tratar de no ser un inocente. Cuando nos abren las puertas de la cultura, del trasiego de información, del libro de las mil y una opiniones que es internet, perdemos la inocencia. Me refiero a que hoy en día sabemos más de lo que nuestros abuelos sabían a nuestra edad, y aún lo que nuestros padres saben hoy, y ese conocimiento también nos impone una nueva responsabilidad que ellos no tenían: ser críticos hasta el hartazgo, buscar la novedad formal, el estilo libre, la conciencia del yo único que vive en cada uno de nosotros (y no necesariamente a través de la voz en primera persona, regla 9 de Verdú, que me resulta infame porque si la literatura es experimentación, si es búsqueda, si con ella pretendemos un conocimiento universal a partir de lo particular –o viceversa-, y sabiendo que la primera persona es también –regla 8- puro fingimiento, ¿qué importa la voz narrativa?).
No solo es necesario renovar fórmulas, sino dinamitarlas, ser iconoclastas, partir de los antiguos para montar un discurso incoherente, sordo, necio, y por ello inteligente ¿Beckett? Renovar el lenguaje y el pensamiento... Ya, ya sé, son cotas tan altas que parecen inalcanzables, pero opino que vale la pena intentarlo. ¿De qué sirve una gloria falsaria, mezquina, el aplauso de un público aborregado que no entiende ni desea entender qué es la literatura?

DEMOSTRACIÓN
Para mojarme aún más, para que no se me vea el plumero del que arroja la piedra y esconde la mano, mientras leía el artículo de marras he tratado de buscar alguna novela que se acoplara a la clarividente visión de Verdú, una obra que, sin estar escrita en el s. XXI, comulgue con esos diez babélicos mandamientos.
Mi intención: destripar el decálogo; hacerlo inservible como decálogo. No así como precepto creativo. Es decir: este decálogo no debe ser una imposición sino un punto de partida desde el que podamos reconstruir la literatura -a sabiendas de que ya se ha dicho y escrito casi todo lo que había que decir y escribir-.
Todos coincidiremos en que estas diez reglas son adecuadas para definir la nueva literatura, pero también deberíamos saber que por sí mismas, estas diez reglas no son nada y que, además, ya existen obras que las siguen al dictado... Pero, bueno, ¿de qué obra estoy hablando?. Porque todos sabemos que hay un buen puñado de novelas renovadoras a lo largo del XX, y que muchas de ellas se ajustan con corrección a algunos de los puntos –no todos- de ese decálogo. Sin embargo, de entre todas ellas -y solo por poner un ejemplo-, yo he sentido que había una especial, magna, grandilocuente y que se aproximaba con insultante desdén a los preceptos de Verdú: En busca del tiempo perdido (1908 y 1922), de Proust.

Veamos los mandamientos del Santo Padre:

1. Intransferible; resistencia a ser trasladada a otros medios que no sea el escrito: En busca del tiempo perdido.
2. Eludir la intriga, la trama. La obra debe procurar una "intensa degustación del texto": En busca del tiempo perdido.
3. Sin estructura prefabricada... no debe aspirar a la apoteosis final: En busca del tiempo perdido.
4. Historias fragmentadas, anotaciones e intervalos mentales (con la salvedad del discurso corto, que no cumple, y es casi la única grieta de mi argumentación): En busca del tiempo perdido.
5. El desarrollo no debe obedecer a un hilo argumental, no debe jugar con el hilo, enredarlo para al final ser otro y sorprender al lector: En busca del tiempo perdido.
6. "Su belleza reside en la forma, en la seducción estética y no en el uso instrumental y perruno del lenguaje": En busca del tiempo perdido.
7. La peripecia interior es el juego especial de la escritura y su máxima legitimación: En busca del tiempo perdido.
8. ¿Ficción? ¿para qué fingir? El autor debe plasmar la directa, precisa y temeraria escritura del yo: En busca del tiempo perdido.
9. La voz, en consecuencia, será la de la primera persona del singular: En busca del tiempo perdido.
10. Humor e ironía; sin ironía no hay contemporaneidad, sin ella no existe visión de la iridiscencia del mundo y su variable composición... ¿En busca del tiempo perdido? Tal vez esto sea otra grieta, pero ¿no hay ironía en la voz del joven que languidece amargamente cada vez que su madre se demora en el beso que antecede a su sueño?

COROLARIO
La literatura seguirá viva en tanto en cuanto existan escritores dispuestos a sufrir el silencio del rebaño. Tal vez la honestidad del escritor sea la medida de su grandeza.
Con independencia de que el resultado narrativo tenga o no éxito en el lumpen intelectual en que vivimos, toda obra transgresora que nazca de la libertad y de la sinceridad de su autor recibirá mi aplauso.
Si a esto añadimos que dicha obra dice nada, estructura nada, y erige altos muros de nada derribando todos los preceptos y decálogos que a ninguno nos dé por escribir nunca, no sólo recibirá esos laureles, sino que su autor –seguramente expatriado de su propia tierra, excomulgado de todas las religiones habidas y por haber, y tal vez miserablemente humillado por los poderes tácticos de la prensa, la televisión y otros medios des-informativos-, habrá construido el pedestal que con justicia merece.

CONFESIÓN
Ya veremos si dentro de algunos años, si la voluntad, y la constancia, y los azares lo permiten, sigo pensando igual o me desdigo de mis creencias, renuncio a mi Dios, a la poderosa literatura que cada día me subyuga, la de verdad, la que no se rige por imperativos mercenarios, y acabo por hacerme un mercachifle más, enredado entre las vaporosas brumas de la insolvencia intelectual... Esperemos que no. Mientras llega o no llega ese día, yo seguiré despachándome a gusto, desbaratando el orden, mediando entre la mentira y la falsa verdad.

3 comentarios:

Gupe dijo...

Yo creo, como Verdú, que en un buen texto literario "el gusto de la lectura se obtendrá no del artificio argumental [...], sino de la intensa degustación del texto, sin necesidad de conspiraciones ni extrañas travesías". También estoy de acuerdo en que "lo que cuenta es la belleza de la inmediatez, el texto convertido en un gozoso bocado de por sí".

Lo que no creo es que esto sea en ningún caso exclusivo de la novela actual. Gozosos bocados de por sí los encontramos indudablemente en textos de Proust, como acertadamente señala Fedora, y de muchos otros autores no precisamente de rabiosa actualidad, como Virginia Woolf o Lawrence Durrell. Es decir, que yo esto lo aplicaría a textos literarios de calidad, sí, pero de cualquier época, no solamente de la actual. Pero bueno, dejando aparte el amtiz, sí coincido con Verdú en esa parte de su "decálogo".

Donde no puedo estar de acuerdo es en las reglas con las que pretende encorsetar a la novela actual o futura o pasada. En particular: "la voz, en consecuencia, será de la primera persona del singular". ¡¡¡!!! ¿Es que no puede uno ser honesto y "volcar lo personal" utilizando la segunda, la primera del plural o incluso la tercera persona, esa gran expatriada de los talleres de escritura?

¿Y la longitud de las frases?, ¿también nos van a poner reglas en eso? ¿Tenemos todos que escribir "mensajes cortos" y "discursos cortos y cambiantes"? ¿Es que Benet ya se considera arcaico, entonces?, ¿o González Sainz?, ¿o Faulkner?

Que conste que no lo digo por mí, yo tiendo a escribir en primera persona, mis discursos suelen ser cortos y cambiantes, y mis historias, fragmentadas. Y es así porque así es como me nace. Y si alguna historia no me nace así, sino en segunda, o con discursos largos, pues así la escribo.

¿Que sólo vale la primera del singular? Eso es como decir que no hay que acotar los diálogos porque ya no están de moda los incisos... ¿¿¿??? Pero ¿qué manía es esta de decirnos cómo tienen que ser los cuentos o las novelas? Si tantas ganas tienen de poner reglas, que amaestren una foca, ¿no? vamos digo yo.

Parece que va progresando la manera "tallerista" de enseñar a escribir: antes había que hacerlo como Carver, ahora hay que imitar los bloggs. ¿Qué será lo próximo?, ¿el lenguaje sms?

Anónimo dijo...

Sin haber leído el artículo de Verdú (ahora no tengo tiempo), sino sólo la entrada, la primera imagen que ha llegado a mi mente es la de una película. Una en la que un profesor de literatura hace que sus alumnos rompan las páginas de un libro donde se explica con normas y reglas, cómo debe ser un buen poema...

Gupe dijo...

Pues sí, eso creo yo que hay hacer (aunque sólo sea con la imaginación) con todas estas reglitas que se sacan algunos no se sabe bien de dónde.