The man who sold the world
El contrato acaba de firmarse en lo alto de un rascacielos. Abajo Times Square se ahoga entre neones. El humo barre las avenidas. Los aviones persisten, obligados a trazar sus recorridos, en un cielo inundado de maletines pasajeros. Los viajantes comercian. Todos ganan, nadie pierde. Y alguien sonríe.
Abogados. Camisas almidonadas. Dientes. Sonríe el hombre que firma los documentos. Ellos los meten en un sobre de cartón lacrado, dentro de un maletín, en una caja de seguridad, detrás de una puerta de acero. Está a buen recaudo.
A esta hora el Nasdaq dicta sus signos. No hay terror en el vaivén de las cifras. Emisoras, canales, locutores. Las señales llegan antes que los hombres. Tokio, Manila, Singapur, Berlín. La CNN informa de las últimas noticias. No hay terror en el vaivén de las cifras. Nadie tiene miedo. El miedo no existe, es cosa del pasado.
El día ha terminado. Las calles mantienen su ritmo, los cómicos representan sus comedias, los televisores graznan concursos. El amor se resuelve en pequeñas habitaciones, las cafeterías se llenan de intelectuales. Dijeron que era posible hablar con Dios. Ya nadie puede creerlo. En la radio la música languidece, el pop causa estragos pero ya no se habla de los Beatles. Los Beatles y el Amazonas son la misma cosa. Referencias. Entradas en la Enciclopedia. Historia. Está en los libros. Registrado. El mundo comienza a olvidar. No hay de qué preocuparse.
El hombre que sonríe se siente satisfecho. Ya nada puede pasarnos.
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