7 de octubre de 2007

Dentro de su propio mundo

Los habéis visto: caminan solitarios por las calles; preguntan con timidez en los recitales poéticos; viven en las profundidades de su mundo, que parece ser un mundo donde la literatura prevalece sobre todo lo demás. Podría decirse que estos hombres son islas en las que habitan las historias, las pequeñas aventuras, los milagros. Estos hombres, cuando hablan, se van a romper en mil pedazos, son seres quebradizos, vacilantes, el traje les viene grande y las calles les son demasiado anchas porque para ellos todo lo que existe permanece allá adentro, en su abismo insondable. El tesoro que esconden lo revelan cuando todos duermen. Se levantan al anochecer, con el silencio, y despliegan ese mundo en el que viven al otro lado del mundo que nosotros habitamos. Porque vivir y habitar son cosa distinta y eso ellos lo saben muy bien.

Escriben mucho. En pequeños papeles. En cuadernos deshilachados. En hojas de cuarta que guardan en los bolsillos para ocasiones propicias, para apuntar esa frase que lleva un rato rondándoles, esa palabra escondida entre dos ideas vagas, entre dos conceptos que no sirven para nada. Ellos la recuperan, la redondean en su letra menuda, y la cobijan siempre entre las solapas de la chaqueta y el corazón, como un pequeño pajarillo extraviado. Lo mismo que repiten esa historia que leyeron -el poema, un haiku, cualquier cosa-, y lo arrastran en volandas por las calles, igual que si hablasen solos, como locos de atar que van atando palabras.

Pero todo lo que escriben se lo guardan para ellos, y las palabras que estos solitarios rondan, las historias que hablan caminando a solas por las calles, las repiten, infatigables, para no olvidarlas nunca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues desde ahora leeré con atención tus líneas. Y me he llevado una grata sorpresa al ver que eres asiduo a "a media voz". También me paso por ahí muy amenudo :)