Historia de amor
...después de la tercera cita, la cuarta, y la quinta y luego el clásico juego de en tu casa o en la mía y una desesperada forma de decir te quiero entre las sábanas deshechas, o a la luz de las velas de nueve semanas y media de entregas sin orden, a deshora, incontables entregas de un amor en ciernes, y el placer del cigarrillo a medias y de las canciones al oído, y el sabor de tus labios o el olor de tu piel como una medalla prendida en los ojales de mi memoria, y luego todo ese tormento de no verte, acodado en las rutinas de mis días de oficina, deambulando por una ciudad desierta en la que sólo existe un olor que es el de la memoria para siempre, tu olor, y el verdiazul de tus ojos encañonando mi vida, a dos manos, agitándola durante días de espera, contando las horas que separan el gris apagado y terrible de los lunes del viernes siguiente, como dos planetas distantes años luz, contando las horas como estrellas infinitas de un firmamento que sólo se cuaja los sábados por la noche y algunas madrugadas del domingo, y leer también el errático desorden de un periódico del que compartimos las páginas como quien se pasa poemas escritos a escondidas en un amor infantil, reinventando el romanticismo, el amor sólo para nosotros como un caso clínico y extraño que únicamente ocurre una vez en la vida, llenando las noches de primaveras exultantes, de floridas amenazas que saben a gloria, de celos nacidos en el parloteo con extraños, de reencuentros siempre dulces, del postrero derribo de los cuerpos, del canje de una piel por otra piel, de un suspiro por otro, de la extenuación obscena de la carne, adivinando siempre mis deseos, adelantándote a mi placer, del vivir compartiendo vida, apartamento, teléfono, facturas, amigos, obstinados ambos en aumentar la dicha de sabernos el uno para el otro, el otro del uno...
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