13 de diciembre de 2008

My blueberry nights - Wong Kar-wai

Como un pintor que extiende sobre el lienzo los colores de un crepúsculo, de un abismo, o del leve roce de labios entre un hombre y una mujer que se aman sin todavía saberlo, así dibuja Wong Kar-wai uno a uno los rincones de su filmografía. En cada plano de su última película se recoge ese mismo fulgor impagable de neones y automóviles y rostros abrumados y trenes que atraviesan fugaces las calles de una noche oscura, todos los óleos de una luminosa paleta de sentidos.

Las tres historias que se van desplegando sobre el tapiz de My blueberry nights (2007) narran desde el detalle, desde lo ínfimo, desde la sugerencia: un pedazo de tarta con helado de vainilla se devora igual que se arrasan dos cuerpos entre las sábanas invisibles de una cafetería neoyorquina; la noche que nos juramos beber por última vez en la vida esa copa de vodka que nos gana una batalla puede anticipar, sin más, nuestra última noche; y ¿qué significa realmente ganar una partida a las cartas si todo lo demás se pierde?

Estas historias que se enlazan una tras otra, consolidan los temas del director honkonés: el amor, sus raíces, sus bifurcaciones. Ese árbol que no deja de crecer. La pérdida siempre amarga del amor es pintada aquí con el azul espeso y hondo de los abismos; el fin de una amistad con el oro de luz de los desiertos, y el amor naciente con el rojo luminoso de los neones, con el dulce chocolate de un bizcocho preñado por la crema. Revive su tema, el amor, sacándolo de su bolsa plastificada, de estas absurdas comedias románticas norteamericanas, limpiándolo de polvo y caspa para garantizarnos que la pasión y el deseo todavía siguen siendo imperecederos, permanentes y por siempre revisables, otra vez abordables. Sin rubor, con poesía.

No hay brillo que se apague en My blueberry nights. Esta explosión del verde, del rojo, del amarillo, del azul, que a grandes trazos va pintando toda la película, se extiende también con la misma intensa deflagración a los pequeños detalles: llaves que abren o no abren puertas, ventanas siempre cerradas, cristales a través de los que vemos sin ver apenas, ópticas de la cámara distorsionadas justo cuando el horror se mezcla con la rutina. Un mundo de incomunicación y azar que conserva todos los matices de esa otra obra maestra -y al mismo tiempo imperfecta, veloz, claustrofóbica, bella- que es Chunking Express (1994).

Fiel a sí mismo, fiel a su cine, a sus historias, explorador del color, ha mantenido intacto el barroquismo formal que ya trazó con rigor en los fogonazos verdeazulados de los amantes de Happy Toghether (1997); en los sombríos ocres de In the mood for love (2000); y hasta en su pieza The hand, rodada para la película Eros (2004).

Todavía hay un hueco en el cine para aquellas miradas diferentes y virtuosas que arrojan su propia luz sobre el mundo, su paleta de colores.

Wong Kar-wai piensa sus películas a lápiz, con una endeble mina de grafito, apenas las perfila, pero cuando se arrellana en el sillón de director, cuando el equipo de técnicos enmudece y la claqueta chasquea para dar paso a la voz de los actores, se convierte en uno de esos maestros que, como Tiziano, Picasso, Stendhal, diseñaban un nuevo mundo a la medida del hombre. Un mundo de profundo color y rabiosa armonía.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta Norah Jones como cantante y compositora, tengo todos sus discos. Desconocía su faceta de actriz...

Gupe dijo...

My Blueberry Nights me parece visualmente maravillosa, perfecta en sus luces de neón, en sus veloces trenes, en sus ritmos cortados, en sus imágenes "borrosas"... su banda sonora está tan cuidada como siempre, preciosa la voz de Nora...
Pero he echado de menos ese misterio a que nos tenía acostumbrados Wong Kar Wai, ese no contarlo todo... ¿será porque ha escogido actores occidentales?, ¿pensará que los occidentales nos lo contamos todo a la primera de cambio?, ¿por qué no ha dejado velados algunos sentimientos, algunas historias?, ¿por qué no me ha dejado adivinar?, ¿el final made-in-hollywood también se debe a la "occidentalización"? A pesar de su virtuosismo visual, para mí esta película ha perdido cierto encanto, el encanto del no decir, del adivinar, de esa sutileza tan maravillosa con que suele pintar sus films...
Una película recomendable, por supuesto, pero me quedé con ganas de más Wong "auténtico".

Rafa Ventura dijo...

Coincido contigo. Es cierto que My blueberry nights ha sufrido una fuerte "occidentalización" y, por tanto, desvela abiertamente en lugar de mostrar con sutileza... Me incomodó un poco la verborrea del personaje encarnado por Jude Law, sobre todo en el arranque. Luego todo se suaviza algo, pero es verdad que en ningún momento llega a ser ese silencio grave y enigmático de sus películas orientales.

Se agradece también la contención de Norah Jones. Un exceso de dramatismo hubiera roto parte del hechizo.

Con todo, incluso a pesar del final ceremonioso con tintes de bodorrio de esta película, Wong kar-wai es un esteta que ha sabido ser casi fiel a su estilo. Al menos en lo que concierne a la imagen. Y a los estetas hay que cuidarlos. Siempre. ¿No os parece?

Gupe dijo...

Estéticamente me parece que ha llegado a la perfección, si es que eso existe. Es un gozo para los sentidos, la verdad, qué genialidad...
A ver si le hacen un ciclo en la filmoteca y veo "Deseando amar" en gran pantalla... ¿te imaginas?

Anónimo dijo...

Me encanta Wong Kar-Wai, y no puedo decir que me haya decepcionado en esta ocasión. Aunque sí que coincido plenamente en que le falta la sutileza que redondea sus películas.

Una diferencia entre sus anteriores películas más orientales y esta reside, creo yo, en la manera en que te hace pensar. En esta última película te hace pensar en el sentido más estricto de la palabra, ya que te da abundancias de palabras que proceses. En otras como "Deseando amar" que tanto admiro requiere que imaginemos, que intuyamos; en definitiva, que pensemos de otra manera, lo cual no resulta nada fácil estando inmersos en una cultura tan racional —y racionalizada— como la nuestra, claro.