Primera nieve en el monte Fuji
Yasunari Kawabata (1899-1972)
Leer un libro de Kawabata es contagiarse de sensibilidad, de poesía; es sentirse uno capaz de encontrar un mundo más allá de ese que nuestros ojos ven, más allá de lo que el paisaje nos muestra, y leer un relato de Kawabata es dejarse encantar por una prosa luminosa bajo la cual, apenas oculta por las frases, se esconde, intacta, la idea que nos quiere rebelar. Kawabata nunca dice, pero siempre quiere decir; no grita, emplea la sutileza; no sacude al lector con grandilocuencias, y no le es necesario porque después de leer un libro suyo se tiene la sensación de que por debajo de las cosas es cierto que existe un motor mucho más poderoso que eso que llamamos “hechos”; por debajo existen los sentimientos y las sensaciones, los pensamientos y las ideas, la moralidad y la inmoralidad, el amor y el odio, los remordimientos, los sueños, y todo un entramado de esas “otras” realidades que no vemos, pero están ahí.
El autor, al igual que hicieron los impresionistas del XIX, va componiendo estos diez relatos con pequeñas pinceladas donde la belleza y la pausa, el silencio y la extrañeza, el amor y el desamor, caminan de la mano para terminar demostrando que es posible escribir relatos de increíble sencillez formal y al mismo tiempo de un profundo contenido humano. Abundan en estos relatos de Kawabata los paisajes, las montañas nevadas, los árboles en flor, pero es capaz de contraponer cada uno de estos elementos con que va dibujando el fondo de sus narraciones, con el hecho humano, el dilema moral, el desamor, o el desencanto de un hombre y una mujer que fueron amantes y se encuentran ahora, después de tantos años, de una guerra, de la pérdida de un hijo, de toda una vida, para saber que ni uno ni la otra son ya los mismos que un día se enamoraron.
La naturaleza y la poesía al servicio del paisaje humano, eso es Kawabata.
Al leer a Kawabata se tiene la sensación de estar recibiendo un legado milenario que ha viajado de generación en generación en una urna de cristal que solo ha sido abierta para regar la semilla que yace en su interior. Tras la belleza estética de cada una de sus narraciones encontramos una belleza moral (sin pecar de moralizante), al igual que una belleza filosófica (sin desear ser un filósofo), y una belleza literaria (sin realizar aspavientos artísticos). Es pues, Kawabata, un autor que no subordina el texto para exclusivo goce y recreo del lector, ni para exhibir su pluma, le basta mostrar la sutil presencia de esa idea que nos quiere trasmitir, su planteamiento. Nada más. Y nadie tan alejado de nuestro barroquismo occidental como Kabawata.
No se engañen: detrás de su prosa preciosista hay también un mundo que está esperando ser descubierto. Tanto “Primera nieve en el monte Fuji” como “Historias de la palma de la mano” merecen una visita urgente: ambos son el lenitivo que conseguirá curarnos a todos del griterío en que vivimos inmersos.