Ángeles y demonios
Para Nieves, que me lee
Todo escritor se ve forzado a convivir con dos voces que lo van orientando en el tortuoso trazado de sus frases. La primera –joven e irreverente- aspira siempre a la locura, al dejarse llevar por el vuelo sin motor de la imaginería y le va llenando las manos de sorpresas, de emociones o, con frecuencia, de humo; la segunda –más sensata y crítica- trata de imponer la postura de la razón hilvanando cada palabra con la lógica, con la cerrazón de lo mundano, con el seso vivo que impone en el horizonte creativo del escritor todo ese diccionario de lugares comunes del que nos hablaba Flaubert. En el camino que nos lleva al arte es aconsejable desoír al segundo, apartarlo a codazos, impedir que sus susurros medien entre el hombre y esa otra voz de la imaginación -¿inspiración?- que sí debe ser atendida por el escritor con mano amable, con un pozal de agua siempre preparado para beberla juntos.
El germen de la historia que el escritor pretende narrar puede iniciarse con ese par de líneas que emborronan la cuadrícula de un cuaderno, con la pincelada de un personaje estrafalario, o con una anécdota anodina; y que esta idea primera se escoja de entre el resto para echar a andar y convertirse en historia, tiene mucho de constancia, de malabarismo, y de afecto. El cariño que el escritor pone en cada una de las palabras con que va construyendo el relato parece cobrar aliento por sí mismo, y va tomando la forma de un espíritu cuya naturaleza tiende a manifestarse y resucitar en las manos de un lector cómplice. Si en el juego de crear consigue el escritor ahuyentar debidamente al diablo crítico que le achucha sobre el hombro, descubrirá que, a su lado, un ser mucho más divertido y audaz -tal vez disfrazado de invisible gato sonriente-, va componiendo una melodía única que parece sonar muy bien en el éter de la imaginación, y en cuya armonía podrá él mismo ir colocando poco a poco la letra de su historia. La inspiración -¿imaginación?- se sirve del escritor para ir glosando las magias de la literatura. En el armazón de la inventiva el escritor puede ir colocando cantos rodados para no perderse, señalar el sendero cubierto de maleza por el que se mueve con pequeñas piedras que lo aguanten para, más tarde, con la orquesta preparada para interpretar la música y los personajes a punto para convocar la voz, retirarlas sin miedo de que la estructura entera del relato se venga abajo.
Una vez descubierto el mecanismo que palpitaba –sin el escritor saberlo- bajo la coraza del relato, entra en juego la voz crítica, la voz interpuesta entre el hombre y la imaginación, la voz analítica e inteligente que antes hemos apartado sin miramientos y que ahora va dictando al escritor el manual de instrucciones de la creación artística. Este segundo ser que antes nos fastidiaba con sus apostillas y remiendos, debe ser escuchado ahora con atención para eliminar todo el sobrante del relato. Es importante no andarse con sentimentalismos. Es crítico quien destruye las frases que hablan sin decir nada, es crítico aquel que sabe que bajo el aspecto dulce de un adjetivo puede esconderse un aguijón que envenene una frase, un párrafo, o con su letal picadura infecte el relato entero.
Estas dos voces se excluyen una a la otra. No es fácil convivir con ellas. Una es alegre y fantasiosa; le gusta vivir a sus anchas sin que nadie estorbe el paso de su andar y no tiene empacho en halagar la osadía del escritor atrevido; mientras la otra ¡ah!, voraz como ella sola, no permite la risa fácil, el chascarrillo, ni la costumbre de aclimatar el relato en una tarde lluviosa. Todo le parece mal. Son necesarios años de práctica para conciliarlas, para hermanarlas, para que conviviendo juntas dentro de la misma habitación donde el escritor fabula, anden juntas de la mano y permitan que el trabajo de llamar a las cosas por su nombre se convierta en inventar un nuevo nombre para las cosas.
Decir esto es decir nada, aunque vale la pena recordarnos este secreto que los escritores llevan tan dentro, justo entre el ángel que les inspira y el diablo que les corrige.
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