Microrrelatos: el tamaño de un cuento se mide en quarks
Átomo: del griego, indivisible.
En todo caso conviene admitir que la falsedad encerrada en el significado de la palabra átomo ha sido desmantelada con el paso de los siglos y el avance de la ciencia. A mediados del siglo XIX, la comunidad científica apuntó derecho al corazón del átomo y de su interior emergieron electrones, protones y neutrones, tres tipos muy serios con personalidad única y cargas contrapuestas o complementarias que burlaron los razonamientos más conservadores. El átomo dejó de ser una partícula indivisible y durante todo nuestro amado siglo XX comenzaron a pasearse por las mesas de los laboratorios elementos cada vez más pequeños -mesones, bosones y quarks- empeñados en proclamarse como la única esencia útil de la materia. O sea, la mínima expresión de todo lo conocido. ¿Acaso Dalton, Thomson, Rutherford, Bohr, e incluso, Schrödinger estaban equivocados?
Si esto fuera un ensayo, el salto del elemento cuántico nos llevaría a razonar en bits, en ceros y unos, a transformar la materia en elementos lógicos, en no-materia; pero nos ocupa la literatura, y podemos decir que algo semejante a la evolución de la nube atómica viene ocurriendo en la vida de los cuentos: si el cuento como hoy lo conocemos nace de las narraciones breves de los grandes escritores del siglo XIX –Flaubert, Clarín, Tolstoi-, y atraviesa las vanguardias ultraístas y surrealistas de principios del XX cargado de ironía e ingenio –Gómez de la Serna, Mihura-, ¿por qué no acabar de una vez por todas con los corsés del género y permitir que bajo una sola frase exista un universo lleno de magias y encantos que solamente el lector cómplice sea capaz de apreciar? Porque –no nos engañemos- es necesario un lector avezado para comprender el alcance que el orden y la precisión de unas pocas palabras otorgan al recientemente llamado microrrelato.
¿Qué distingue un microrrelato de un relato convencional? ¿Qué características lo diferencian del aforismo? ¿Por qué no es necesaria una estructura tradicional, con sus puntos de giro y su recreación de personajes, para que un microrrelato funcione como artefacto narrativo?
Un microrrelato narra desde el silencio, dice sin decir, encierra un misterio. Un microrrelato se apoya en el conocimiento del lector de todos los libros ya leídos por él, y se sustenta en toda la Historia de la Literatura -si es necesario-, para elaborar su ficción narrativa. Mientras que el aforismo presenta una idea pura, como el poso decantado en el fondo de un alambique tras destilar un ensayo de Montaigne, el microrrelato se ampara en la ficción, en lo subjetivo, en todo lo irreal que tiene la literatura para mostrarnos la realidad de las cosas. Se codea con la poesía, con el cuento y con la novela. Hace gala de la inteligencia para atreverse con lo mínimo. El microrrelato se convierte así en el quark de la literatura, en la mínima expresión plena de significado y precisa –igual que los poemas o las novelas o los mejores cuentos- que demoremos su rápida lectura durante horas, cavilando durante días sobre la profundidad de las raíces que apenas se sugieren en las escasas palabras con las que vive sobre la página en blanco.
Es del todo falso que en el microrrelato no exista un conflicto, o un personaje, o la atmósfera viciada que rodea toda la acción de un buen cuento. También puede gozar de misterio, o de la dolorosa tragedia de un percance. Esas pocas frases que le sirven de andamiaje escapan a la razón de los torpes.
El microrrelato es la lluvia fina que empapa los abrigos sin mojarlos.
El microrrelato es la vuelta al mundo en ochenta días, que se dice rápido.
El microrrelato es el antídoto del que se beberá una gota. Dos o más serían letales.
El microrrelato es el bicho que los guardas de los zoológicos nunca saben si enjaularlo o meterlo en la pecera. Entre rejas se escaparía y dentro del acuario moriría ahogado.
El microrrelato es la razón del absurdo con las más absurdas razones.
El microrrelato es la marioneta con la que el titiritero vence al monstruo bicéfalo.
El microrrelato es el silencio que llena el patio de butacas entre dos acordes ruidosos.
Tengamos presente que sobre el silencio se arma la música más bella, y que nuestros antepasados estaban equivocados cuando perjuraban sobre la indivisibilidad de ese pequeño elemento que es el átomo. Es cierto que los cuentos, como ocurría con las partículas de materia más elementales, viven aún encasillados entre cuatro parámetros que nos sirven para crearlos, para definirlos, para comprenderlos y para disfrutarlos, pero no es menos cierto que ya nuestros padres Gómez de la Serna, Mihura, Monterroso, han establecido nuevas maneras de cimentar el arte de la ficción breve y que todavía queda un buen trecho por recorrer en el camino de la destrucción de los géneros, en la reinvención de la literatura. Con suerte podemos decir que en la habitación de la creación literaria quedan todavía muchas puertas por abrir.