Caminar por el aire
Alguien me contó un día que el escritor se parece mucho a esos personajes de los dibujos animados que llegan a un precipicio y continúan andando sobre el vacío, felices, ignorantes, sin darse cuenta de que caminan por el aire a muchos metros del suelo. No sienten vértigo ni espanto, los guía una fuerza mayúscula que los empuja y los ciega. Sin embargo llega un momento de este paseo feliz en el que el personaje descubre bajo sus pies el abismo insondable y la remotísima tierra donde probablemente augura que verá su cuerpo aplastado.
Ese es el instante de lucidez el escritor. Una bombilla se enciende sobre su cabeza: hasta entonces el escritor escribía por el placer de escribir, la inspiración y el aliento lo llevaban donde no lo llevaban las ideas o la razón; pero después de haber estado andando un largo trecho, se descubre a sí mismo en el aire y vacila cada uno de los pasos que quiere dar para seguir adelante. Se ha llegado entonces al momento mágico de la creación, para el que existe un secreto que sólo susurran, después de muchas copas y risas, los escritores más veteranos.
El secreto es este (mi amigo escritor me lo confesó todo, un poco ebrio): para mantenerse suspendido en el aire sin caer al abismo es necesario cogerse del pelo y tirar hacia arriba. Sólo de esta forma, con esta obstinación de Hércules enloquecido, se puede sobrevivir a la escritura. Hay que seguir caminando por el vacío, mantenerse en el aire. No hay camino, porque es invisible. Estás gravitando y el borde del precipicio queda ya demasiado lejos como para volver atrás. Tampoco puedes permitir que tu cuerpo se haga añicos contra el suelo.
En este asunto hay una felicidad y una miseria. La felicidad es volver la vista atrás y contar la baldosas que flotan en el aire por donde hemos pasado: esas baldosas las has inventado tú, pues antes no estaban, sólo había un gran vacío y abajo el precipicio. La miseria y sinrazón del asunto es el camino que queda por delante: incierto, huidizo. Tanteas con la punta del pie si allí delante hay otra baldosa como las que has ido dejando atrás y no lo sabes hasta que no saltas sobre ella. Pero tienes que creer en ella. Tienes que soñarla con fuerza. Y sujetarte por el pelo. Y tirar hacia arriba. Y dejarte llevar por la ilusión de que allí sí hay, en verdad, otro peldaño.
Yo confío en que todavía quedan peldaños por delante, pero también tengo miedo de que no sean estables, o suficientemente sólidos como para aguantar mi peso y que llegado el momento de poner el pie en ellos no puedan sostenerme y me venza entonces el delirio de la caída.
Creo que no. Quiero pensar que no. Aún soy un dibujo animado y puedo tirar de mi pelo para andar por el vacío sin miedo, con convicción.
Incluso con los ojos cerrados.