Correspondencia Fedora - Goti (2)
Estimado Goti,
De su última carta deduzco que se encuentra apesadumbrado por los calores de estos días sofocantes, tal vez entristecido por la escasa producción creativa debida especialmente al bochorno y al asueto que exige este clima de rigores casi monzónicos. No se aflija. El verano nunca ha sido la mejor época para sentarse frente al papel en blanco; todo el mundo sabe que las puertas de la imaginación están cerradas, los personajes se han echado al hombro la toalla y no están para nadie. Hasta el lenguaje se toma sus días de descanso y, se habrá dado cuenta, cada vez que trate de convocar su presencia sólo podrá escuchar al otro lado de la línea una voz metalizada que nos sale con aquello del “deje su mensaje después de la señal”. Nadie quiere saber nada de nadie. Amigo Goti, también las musas están de vacaciones. Yo mismo he podido comprobar que una paradisíaca playa más allá del Atlántico las ha reunido a todas frente a mojitos y otros efluvios alcohólicos, y por mucho que usted insista no podrá sacarlas de sus bailes nocturnos alrededor de la hoguera de la pereza. Por nada del mundo conseguirá convencerlas de que usted necesita cuanto antes su presencia. No sufra. Déjelas, pues, gozar de sus danzas y confórmese con el placer de imaginarlas desnudas alrededor de las últimas, erógenas, y ardientes brasas del estío. Por otra parte, no trate de devanarse los sesos buscando entre sus apuntes todas esas notas que un día caligrafió con timidez para convertirlas en historias. Ni lo intente. Pero, ah, triste Goti, tampoco se deje vencer por el desaliento. Hay otras formas de pasar este caluroso verano.
Imagínese por un momento las montañas nevadas de Davos Platz, la dulce muerte del joven Joachim Ziemssen, junto su madre Luisa Ziemssen y su mejor amigo Hans Castorp. Una velada de lágrimas trágicas y demasiado saladas para olvidar su triste belleza. El fin de una era. El comienzo de la fatalidad. El declive. Casi el final de todos los finales. Después de todo este tiempo enfrascado en la lectura de “La montaña mágica”, también yo voy acercándome con sigilo a los últimos días de Hans, del señor Settembrini, de Leo Naphta, de los doctores Behrens y Krokovski, y por supuesto, de toda la fogosa intelectualidad de una Europa que ni usted ni yo hubiéramos llegado a conocer si no fuera por nuestras lecturas...
Amigo Goti, no sé si seré capaz de renunciar al tiempo detenido, a la serena contemplación del intelecto, al diálogo reposado con el que se encienden cada tarde Naphta y Settembrini. No ha sido nada fácil alcanzar esta cumbre, ascender lentamente las laderas de esta montaña, hundir los pies en la nieve crujiente de los valles de Suiza hasta conseguir escalar cada uno de sus picos. Pero una vez arriba, cuando se alcanza la cima y uno se da cuenta de lo que ha ido dejando atrás, este paisaje de personajes y espacios y opiniones y diálogos, este fresco de estancias en penumbra bajo la luz eléctrica de las lámparas del balneario, es imposible no sentir cierta pena junto con una honda alegría. La montaña mágica, querido Goti, no deje de adentrarse en este mundo irónico y pausado que es a la vez tratado del tiempo y revelación filosófica. ¿Se da cuenta, viejo amigo, de que el verano puede procurar recompensas que uno ni siquiera imagina?
Le diré algo más: adéntrese en la biografía del autor. Descubra cada uno de los pasos que recorrió Thomas Mann para llegar a ser Thomas Mann. Lea la “Correspondencia” con su amigo Hermann Hesse, profundice en su vida gracias a su más detallista biógrafo Hermann Kurzke. Cambie el registro de sus lecturas y zambúllase de una vez por todas en una época que le ayudará a comprender la Europa en que vivimos. ¿Ve como el verano todavía puede aportarle ciertos tesoros escondidos?
Triste Goti: no se complique. Volverán esos momentos de creatividad. Descanse. Lea. Relájese. Échese sobre el diván del tiempo y olvide toda esa actualidad machacona que cada sábado emerge en la prensa literaria con su vocerío intransigente y sus novedades de postín. Comprenda de una vez que el timón de la literatura está gobernado por unos pocos que nada puede hacer frente a la otra, la verdadera literatura: los clásicos. Esos que jamás defraudan. Ellos.
Amigo y queridísimo Goti: volveré a verle en otoño. Hasta entonces no permita que las gotas del desaliento le apenen. Sea feliz: lea. Hágame caso, es el mejor lenitivo para combatir la tristeza. Se lo garantizo.
Felices lecturas.
Se despide con un rabioso estornudo decimonónico,
Fedora.