30 de junio de 2008

Primera nieve en el monte Fuji

Yasunari Kawabata (1899-1972)

Leer un libro de Kawabata es contagiarse de sensibilidad, de poesía; es sentirse uno capaz de encontrar un mundo más allá de ese que nuestros ojos ven, más allá de lo que el paisaje nos muestra, y leer un relato de Kawabata es dejarse encantar por una prosa luminosa bajo la cual, apenas oculta por las frases, se esconde, intacta, la idea que nos quiere rebelar. Kawabata nunca dice, pero siempre quiere decir; no grita, emplea la sutileza; no sacude al lector con grandilocuencias, y no le es necesario porque después de leer un libro suyo se tiene la sensación de que por debajo de las cosas es cierto que existe un motor mucho más poderoso que eso que llamamos “hechos”; por debajo existen los sentimientos y las sensaciones, los pensamientos y las ideas, la moralidad y la inmoralidad, el amor y el odio, los remordimientos, los sueños, y todo un entramado de esas “otras” realidades que no vemos, pero están ahí.

El autor, al igual que hicieron los impresionistas del XIX, va componiendo estos diez relatos con pequeñas pinceladas donde la belleza y la pausa, el silencio y la extrañeza, el amor y el desamor, caminan de la mano para terminar demostrando que es posible escribir relatos de increíble sencillez formal y al mismo tiempo de un profundo contenido humano. Abundan en estos relatos de Kawabata los paisajes, las montañas nevadas, los árboles en flor, pero es capaz de contraponer cada uno de estos elementos con que va dibujando el fondo de sus narraciones, con el hecho humano, el dilema moral, el desamor, o el desencanto de un hombre y una mujer que fueron amantes y se encuentran ahora, después de tantos años, de una guerra, de la pérdida de un hijo, de toda una vida, para saber que ni uno ni la otra son ya los mismos que un día se enamoraron.

La naturaleza y la poesía al servicio del paisaje humano, eso es Kawabata.

Al leer a Kawabata se tiene la sensación de estar recibiendo un legado milenario que ha viajado de generación en generación en una urna de cristal que solo ha sido abierta para regar la semilla que yace en su interior. Tras la belleza estética de cada una de sus narraciones encontramos una belleza moral (sin pecar de moralizante), al igual que una belleza filosófica (sin desear ser un filósofo), y una belleza literaria (sin realizar aspavientos artísticos). Es pues, Kawabata, un autor que no subordina el texto para exclusivo goce y recreo del lector, ni para exhibir su pluma, le basta mostrar la sutil presencia de esa idea que nos quiere trasmitir, su planteamiento. Nada más. Y nadie tan alejado de nuestro barroquismo occidental como Kabawata.

No se engañen: detrás de su prosa preciosista hay también un mundo que está esperando ser descubierto. Tanto “Primera nieve en el monte Fuji” como “Historias de la palma de la mano” merecen una visita urgente: ambos son el lenitivo que conseguirá curarnos a todos del griterío en que vivimos inmersos.

22 de junio de 2008

Papel mojado

Siempre que llueve sobre un libro abierto ocurre lo mismo. La historia ya la sabe, le daré cuenta de algunos detalles: las primeras gotas aplastadas contra el papel inician los rigores del regreso a la pasta húmeda, a las hojas hinchadas, al lomo desahuciado de los pliegos de cuarta; la letra vacilante comienza a confundirse en un tupido borrón de tinta negra, las palabras se juntan unas con otras, se repliegan sobre sí mismas para volver a aparecer dos párrafos más abajo montadas sobre otras frases. Cambiadas. Nuevas. Ahora llega lo peor: al héroe de la novela le sobreviene la muerte en la página setenta y ocho, en la ciento catorce el asesino logra evadirse de las pesquisas del detective, antes de la doscientos veintinueve Praga es el color rojo.

Ha dejado de llover.

Fíjese bien: este libro ya es otro libro, obstinadamente otro. ¿No es lo que usted quería?