29 de marzo de 2007

El círculo de tiza


Me pide Fedora que demos un paso más en el alambre del trapecista, llegar hasta el centro y una vez allí, dar volteretas, saltos mortales...

- Pero todo sin red - me dice -. Si no, no tiene mérito, ni gracia. Nadie pagaría ni un céntimo por verte caer sobre una red.
- Escachuflado en el suelo es otra cosa, ¿no? - le respondo levantando una ceja.

Por eso viene a cuento este blog, uno más entre todas las ventanas abiertas a este otro mundo, el de las multiples voces; para darnos un gusto personal, vital, tan humano que podría decirse que tiene sangre en los circuitos, y también células, en lugar de corrientes eléctricas y bits.

Viene a cuento de la libertad, de la creación, del arte y de la literatura, de dejar las cartas vueltas sobre la mesa, jugar al descubierto, verter lo único que nos hace hombres libres, el pensamiento, en este río torrencial y caudaloso que es Internet.

Viene a cuento de romper una lanza por la mezcla, por lo mestizo, por el gris, por las medias tintas, por el blanco pero también por el negro, y el añil, el púrpura; nadar hacia un ocaso de oros infinitos, que diría Juan Ramón. Caminar entre fronteras, a medio paso entre oriente y occidente, entre el norte y el sur. Estar sin estar en ningún sitio pero contemplándolos todos. Hacer ese viaje a donde sea, sabiendo que el final, acaso sea tan solo un nuevo comienzo. Entonces, cerrar el círculo.

- No te olvides de esos duendes que por la noche fabulan entre prensas, engranajes y papel made in árbolesmuertos.com - insiste Fedora entre las sombras, moviendo sus brazos como si manejara una manivela enorme.

Y siempre contra la opinión mediática, esa tribuna que pontifica y que parece protegerse a sí misma, encerrada en una vitrina de cristal para ser contemplada; pero no para tocarla, manosearla, cuestionarla.

Llegan nuevos tiempos. Ya han llegado. Y esto nos permite gritar, susurrar, subirnos juntos al escenario y mezclar nuestras voces todas. Corremos un riesgo, sí. El de no ser leídos o escuchados. No encajar, con suerte, bajo el rótulo de ninguna etiqueta, no ampararse bajo ningún dogma. Terminar siendo una parte de nada o lo que es lo mismo, una minúscula parte de todo. Pero en el trayecto, habremos hecho amigos, habremos sudado juntos y, tal vez, hayamos despertado la curiosidad de alguien.

Fedora se sube al trampolín que tenemos junto a la caravana para ensayar cabriolas, se acerca al filo de la madera y se pone a dar saltos de alegría.

- ¿Te gusta? - le pregunto.
- Siempre me ha gustado el riesgo.
- Ten cuidado, podrías empotrarte contra los adoquines.
- Merece la pena arriesgarse - me responde enseñándome su sonrisa polar.

- ¿Cuánto durará esto? - la duda me culebrea en el estómago como un enorme lagarto.
- Eres como todos los demás, tratas de meter la eternidad en un tarro de cristal.

Pienso que lleva razón, Fedora, siempre que habla del tiempo. Pero para esto ya habrá otra ocasión.